Por Elena Mancinelli.
I
La democracia nombra el malestar que se produce con la frustración de toda pretensión de completitud social y que adopta ya sea la forma de la discordia o del acontecimiento político. Los liberales, los igualitaristas y los populistas quieren ser los verdaderos demócratas y, por eso, fracasan una y otra vez.Porque la peculiaridad del significante democracia es que es vacío, a la vez que hace (¿hizo?) funcionar. Puede que sea justamente ese carácter paradojal la causa de su imperio.
Desde la caída del muro de Berlín, vemos que se alza el significante democracia tanto para legitimar posiciones ideológicas diversas y enfrentadas, como para exigir la satisfacción de demandas por la ampliación de derechos. Es cierto, el vacío perfecto es imposible; hay un límite. En nuestro tiempo, ese más allá de la democracia, lo han encarnado los fundamentalismos religiosos. Sin embargo, la relación entre democracia y fundamento no se agota en esa exterioridad.
II
A fines de la primera década de este siglo, el alemán Oliver Marchart ubicó bajo el nombre de posfundacionalismo posiciones del pensamiento político contemporáneo que tienen un mismo rasgo: plantear el debilitamiento del fundamento del orden social. No lo afirman ni lo niegan, sino que lo debilitan. La tríada que propone Marchart, con esa flexión del fundamento en fundacionalismo, permite pensar la democracia bajo otra lógica que la de su oposición con el fundamentalismo. Por ejemplo, el fundacionalismo en el pensamiento griego clásico remite a la caracterización de la polis como entidad natural o, en el pensamiento medieval, a la justificación teológica del poder secular. Pero, también incluye la afirmación de que la lucha de clases es el motor de la historia. Sin naturaleza, ni Dios ni clase, el debilitamiento del fundamento se explica por un reemplazo del qué por el cómo. La contingencia, lo incalculable, es la modalidad que encuentra el posfundacionalismo para resguardar en la democracia el resto que mantiene abierta la posibilidad del quiebre de la facticidad social.
III
No se trata de leer una época, sino de localizar sus síntomas. En las semanas posteriores a la «renuncia» y el exilio del presidente Evo Morales y su vice, Álvaro García Linera, observamos una reiteración de la pregunta: ¿hubo o no un golpe de Estado en Bolivia? Referentes académicos y mediáticos expusieron argumentos en un sentido y en otro. Más allá de las posiciones, lo llamativo es la insistencia de la cuestión. ¿Por qué cuesta tanto resolver la pregunta? ¿Qué hace síntoma de la democracia ahí? Tal vez, asumir un golpe de Estado en la región tenga el efecto de poner patas para arriba el significante vacío que hace funcionar. Nadie quiere que la región, ya sea por vía judicial, injerencia internacional y levantamiento de las fuerzas armadas y de seguridad, se nomine a sí misma con la caída de su significante amo. Pero, la imagen de la biblia levantada como una cruz en el parlamento boliviano, la persecución y homicidio de la población indígena y de referentes políticos del MAS chocan de frente con el rasgo peculiar, vacío, del significante amo democracia.
IV
¿Vuelven los fundamentalismos? La coyuntura de nuestra región muestra una trama compleja, porque en simultáneo al retorno de Dios y la raza como fundamento, vemos las revueltas y manifestaciones masivas en Chile y Colombia contra los gobiernos que han levantado al mercado como estandarte de la libertad y que día a día intensifican, sin límite, la represión, el asesinato y la desaparición de la población que son propias de regímenes dictatoriales.
Argentina, mientras tanto, pareciera ser la reserva posfundacional de la región. Las alusiones reiteradas del presidente electo a Alfonsín, la inclusión en la agenda política de las demandas feministas y la modalidad de la construcción parlamentaria son ejemplos claros de ello. Pero, la región corrió su límite y los significantes amos que se agitan reniegan del resto, de eso que hace posible que la democracia haga funcionar sin por eso fijarse a un significante fundamental.
Ilustración: Entrada de Cristo de Bruselas, de James Enro (1888)